sábado, 6 de junio de 2015

Afectividad y coherencia

El papel de una madre y de un padre, a mi modo de entender, siempre debería girar en torno a dos ejes fundamentales: afectividad y coherencia. El primer eje hace referencia a la comprensión y la compasión hacia nuestros hijos, es decir, la capacidad de amar incondicionalmente, sean como sean. A veces nos ensañamos machacando los defectos de nuestros hijos, proyectando nuestros propios sueños o nuestras propias expectativas. Pero debemos tener claro quiénes son nuestros hijos y que ellos tienen su propio camino por recorrer. Sólo desde este amor podremos nutrirles emocional y psicológicamente para que sean personas amorosas y pacíficas.

El segundo eje, la coherencia, hace referencia a la capacidad de los padres para poner límites claros y poder guiar el desarrollo físico, emocional, espiritual y psicológico de los hijos. En las relaciones no vale cualquier cosa, sino que existen unas reglas de convivencia que todos debemos aceptar y respetar. Desde la coherencia educativa podremos dotar a nuestros hijos de autonomía para guiar sus propias vidas cuando sean mayores.

Cualquier ausencia en alguno de estos ejes fundamentales en la crianza de los hijos puede suponer unas consecuencias nefastas en sus vidas y en la vida familiar. En este sentido, como decía en otra entrada, vivimos un momento complicado en el que las relaciones familiares están sobre la cuerda floja: a menudo la permisividad deja paso a la frustración y llegamos al punto insostenible donde son los hijos los que mandan en casa. Lo cierto es que la permisividad y el "todo vale porque ya lo aprenderán de la vida" sólo puede avocar al desastre familiar y, en muchos casos, a la destrucción del propio núcleo familiar.

Esto es especialmente importante recordarlo cuando hay un proceso de separación o divorcio por parte de los padres; en esta situación puede pasar que la relación quede dañada o rota, pero los hijos deberían estar siempre por encima de cualquier sentimiento de rechazo (con excepción clara en situación de maltrato y/o abuso de cualquier tipo). La comunicación entre los padres debe mantener un mínimo de cordialidad y fluidez para pactar acuerdos, objetivos, etc., de lo contrario creamos espacios de posibles conflictos que no benefician a nadie.

Recuerdo un capítulo particular en el que un chaval quería ir a casa a ver un partido de fútbol con un amigo. Cuando su padre le dijo que no, él vino igualmente a casa a ver el partido de fútbol con su amigo. Cuando su padre se puso firme, el chaval y su amigo se fueron a casa de su madre, alegando que ambos habían sido echados de casa. Nada más lejos de la realidad. La madre, en lugar de abrir una vía de comunicación con el padre, asumió que esto había sido así, fruto de una relación que llevaba un tiempo ya deteriorándose entre padre y madre. Cuando hablaron por teléfono, ella fue contundente al respecto de lo "mal padre" que era su ex-marido y que "ya estaba bien de joderle la vida a su hijo". Estaba presente y jamás olvidaré esas palabras.

Pero lejos de los juicios de valor, lo importante aquí fue la negligencia educativa. No se trata de que los hijos mientan o digan la verdad, se trata de que cada uno tiene su propia percepción de los hechos y que sólo a través de un diálogo fluido y sereno se puede resolver el conflicto de forma óptima para todos. Los partidismos incondicionales no son sinónimo de amor incondicional. La negligencia educativa no te hace mejor madre o mejor padre. La permisividad no convierte a tus hijos en unas personas amorosas, pacíficas y autónomas. Sólo a través de una afectividad y una coherencia sanas puedes ayudarles a ser personas, desde la autenticidad.

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