Desgraciadamente vivimos una cultura que potencia lo externo en detrimento de lo interno. Las personas nos acostumbramos a interpretar uno o varios roles en los sitios por los que nos movemos. Y, poco a poco, nuestro yo más íntimo (esencia) va quedando olvidado en lo más profundo de nuestro ser. Este "olvidarnos de nosotros mismos" nos lleva a un sufrimiento constante. Algunos lo sobrellevan a base de ignorarlo, disfrazando su vida de una alegría (que no felicidad) constantes mediante fiestas, estupefactos, alcohol, relaciones sexuales, juegos, juegos, juegos... Una vida gobernada por su niño interior. Otros somatizan el sufrimiento siendo visitantes crónicos de hospitales y médicos especialistas. Otros se encierran en sí mismos y huyen del mundo. Otros... otros... otros... Pero todos sufrimos el aislamiento, porque cada uno de nosotros ha tomado la firme decisión de abandonarse a sí mismo en un pozo profundo y oscuro, para hacer frente a las vicisitudes de la vida social y externa. ¡Cuánto sufrimiento en el mundo!
Sin embargo, de la misma manera que uno interpreta su rol en un constante intento por sobrevivir a la realidad social, los demás te ven en base a uno o varios roles que ajustan también sus necesidades internas más perversas. Nadie tiene la voluntad de hacer daño, pero tampoco nadie tiene la voluntad de reconectarse consigo mismo y con el otro. Por tanto, todos somos parte responsable de mantener y alimentar ese sufrimiento, actuando bajo nuestro rol "protector" y viendo a los demás bajo un rol "impuesto". Me explico:
Después de cuatro años y medio he descubierto que, quizás, el rol más duro que me ha tocado vivir es el mismo que le da nombre al blog: la madrastra. Recuerdo cuando empezó esta historia que me negaba a aceptar ser la madrastra; la madrastra siempre es malvada. Ciertamente, la literatura está llena de ejemplos de este rol; los
cuentos infantiles que contamos a los más pequeños transmiten unos
significados que trascienden el panorama social de las interrelaciones. Y al final, todos nos creemos estos significados y todos nos movemos en base a estos significados. Es difícil salirse del marco cultural en el cual se ha desarrollado uno. Así, por mucho que queramos ser una madrastra diferente, cuesta romper las expectativas que uno mismo y los demás esperan de tu rol. Y eso, lo he podido comprobar en este tiempo.
En realidad, mires por donde lo mires y comportes como te comportes, las madrastras siempre sustituyen un hueco que ha dejado la madre "verdadera". No importa las circunstancias en las que la madre dejó ese hueco, ni el tiempo que transcurra, ni la edad de los hijos. En sus cabezas, de forma inconsciente, siempre pretendes ocupar un lugar que "no te corresponde". Las relaciones de poder juegan un papel fundamental en todo este proceso de "usurpación" del trono. Y es por esto que, indefectiblemente de mis intenciones, mis actitudes, mis comportamientos y mis explicaciones, al final jugué el papel de "la malvada madrastra". Porque las madrastras sólo pueden ser malvadas, nos dicta la construcción social.
Con esto no quiero decir que esta confrontación no puede tener un final feliz. Pero como en todas las cosas, para que el final sea feliz primero ha de haber una conciencia muy clara de todo lo que sucede. Y como todas las cosas en una familia, esa conciencia ha de compartirse con todos los participantes, especialmente en cuanto a la pareja se refiere ya que, a fin de cuentas, los hijos siguen el camino que la pareja de adultos abre y transita. Si no hay conciencia, la comunicación auténtica queda truncada. Y la felicidad no atiende a hipocresías, sino que va estrechamente ligada a lo genuino. Desde la comprensión y la compasión de todo lo que opera en este proceso es factible sanar el sufrimiento y, por tanto, alcanzar el bienestar familiar. Y esto es un trabajo de dos, porque si sólo trabaja uno, el "milagro" no es posible y la única opción viable entonces para romper la perversión de las relaciones es cerrar el capítulo.
Por esto mismo, mis queridas madrastras (seas hombre o mujer), prestad atención a lo que se cuece en vuestro entorno, palpad el sufrimiento que todo este proceso está generando. Sed comprensivos y compasivos y actuad desde vuestro yo más profundo y genuino. Y, por encima de todo, invitad a vuestro compañero o compañera a que os acompañe. Porque esta es la clave para liberarnos del rol de madrastras definitivamente y empezar a formar una familia auténticamente feliz.