domingo, 30 de marzo de 2014

La malvada madastra


Desgraciadamente vivimos una cultura que potencia lo externo en detrimento de lo interno. Las personas nos acostumbramos a interpretar uno o varios roles en los sitios por los que nos movemos. Y, poco a poco, nuestro yo más íntimo (esencia) va quedando olvidado en lo más profundo de nuestro ser. Este "olvidarnos de nosotros mismos" nos lleva a un sufrimiento constante. Algunos lo sobrellevan a base de ignorarlo, disfrazando su vida de una alegría (que no felicidad) constantes mediante fiestas, estupefactos, alcohol, relaciones sexuales, juegos, juegos, juegos... Una vida gobernada por su niño interior. Otros somatizan el sufrimiento siendo visitantes crónicos de hospitales y médicos especialistas. Otros se encierran en sí mismos y huyen del mundo. Otros... otros... otros... Pero todos sufrimos el aislamiento, porque cada uno de nosotros ha tomado la firme decisión de abandonarse a sí mismo en un pozo profundo y oscuro, para hacer frente a las vicisitudes de la vida social y externa.  ¡Cuánto sufrimiento en el mundo!

Sin embargo, de la misma manera que uno interpreta su rol en un constante intento por sobrevivir a la realidad social, los demás te ven en base a uno o varios roles que ajustan también sus necesidades internas más perversas. Nadie tiene la voluntad de hacer daño, pero tampoco nadie tiene la voluntad de reconectarse consigo mismo y con el otro. Por tanto, todos somos parte responsable de mantener y alimentar ese sufrimiento, actuando bajo nuestro rol "protector" y viendo a los demás bajo un rol "impuesto". Me explico:

Después de cuatro años y medio he descubierto que, quizás, el rol más duro que me ha tocado vivir es el mismo que le da nombre al blog: la madrastra. Recuerdo cuando empezó esta historia que me negaba a aceptar ser la madrastra; la madrastra siempre es malvada. Ciertamente, la literatura está llena de ejemplos de este rol; los cuentos infantiles que contamos a los más pequeños transmiten unos significados que trascienden el panorama social de las interrelaciones. Y al final, todos nos creemos estos significados y todos nos movemos en base a estos significados. Es difícil salirse del marco cultural en el cual se ha desarrollado uno. Así, por mucho que queramos ser una madrastra diferente, cuesta romper las expectativas que uno mismo y los demás esperan de tu rol. Y eso, lo he podido comprobar en este tiempo.


En realidad, mires por donde lo mires y comportes como te comportes, las madrastras siempre sustituyen un hueco que ha dejado la madre "verdadera". No importa las circunstancias en las que la madre dejó ese hueco, ni el tiempo que transcurra, ni la edad de los hijos. En sus cabezas, de forma inconsciente, siempre pretendes ocupar un lugar que "no te corresponde". Las relaciones de poder juegan un papel fundamental en todo este proceso de "usurpación" del trono. Y es por esto que, indefectiblemente de mis intenciones, mis actitudes, mis comportamientos y mis explicaciones, al final jugué el papel de "la malvada madrastra". Porque las madrastras sólo pueden ser malvadas, nos dicta la construcción social.

Con esto no quiero decir que esta confrontación no puede tener un final feliz. Pero como en todas las cosas, para que el final sea feliz primero ha de haber una conciencia muy clara de todo lo que sucede. Y como todas las cosas en una familia, esa conciencia ha de compartirse con todos los participantes, especialmente en cuanto a la pareja se refiere ya que, a fin de cuentas, los hijos siguen el camino que la pareja de adultos abre y transita. Si no hay conciencia, la comunicación auténtica queda truncada. Y la felicidad no atiende a hipocresías, sino que va estrechamente ligada a lo genuino. Desde la comprensión y la compasión de todo lo que opera en este proceso es factible sanar el sufrimiento y, por tanto, alcanzar el bienestar familiar. Y esto es un trabajo de dos, porque si sólo trabaja uno, el "milagro" no es posible y la única opción viable entonces para romper la perversión de las relaciones es cerrar el capítulo.

Por esto mismo, mis queridas madrastras (seas hombre o mujer), prestad atención a lo que se cuece en vuestro entorno, palpad el sufrimiento que todo este proceso está generando. Sed comprensivos y compasivos y actuad desde vuestro yo más profundo y genuino. Y, por encima de todo, invitad a vuestro compañero o compañera a que os acompañe. Porque esta es la clave para liberarnos del rol de madrastras definitivamente y empezar a formar una familia auténticamente feliz.

lunes, 10 de marzo de 2014

Cuando una historia se acaba...


Con esta entrada inauguro un nuevo espacio donde compartir mis sensaciones para un rol que me me ha tocado vivir y del que he salido escaldada por diferentes motivos. Hoy al fin me he decidido a dar el paso para romper con una situación que sólo me causaba infelicidad y sensación de impotencia y frustración constantes. Pese a tener la certeza de que estoy en el camino correcto, es un día muy triste, porque siempre queda el espacio a la duda de si podría haber hecho algo más, esperado un poco más o... Y es esta misma tristeza la que me lleva a abrir este blog, para poder expresar aquello que tantas veces se me ha negado, para poder hablar contigo, lector, e intercambiar impresiones tanto si has pasado o conoces alguna historia parecida como si no, porque todas las visiones siempre son bien recibidas y de todxs se puede aprender algo.

El caso es que hoy me he quitado el delantal de madrastra, después de cuatro años y medio conviviendo con una familia de la que en ningún momento me sentí parte. Hace cuatro años y medio empecé una convivencia con mi pareja y sus dos hijos de 14 y 18 años que tenían entonces. El pequeño es un chaval que ahora tiene 18 años, al que llamaremos Z. La grande es toda una mujer de 23 años recién cumplidos, a la que llamaremos A. Mi pareja es un hombre de 49 años de edad al que llamaremos H. Hace diez años su madre abandonó el hogar para irse con su nueva pareja a la que había conocido hacía un año, un chico de Madrid que se trasladó a Barcelona para formar una nueva familia. Desde siempre han tenido una custodia compartida: una semana lxs chavalxs están en una casa, y otra semana en la otra casa, de forma alternativa.

***

Ya sé que no es bueno empezar la historia por el final, pero en este caso me vais a permitir que inicie el blog con las conclusiones que hoy, después de tantos meses, he sacado de mi experiencia:

La primera es que, independientemente de como seas y de como sean, lxs hijxs de tu pareja no te van a aceptar de primeras. No porque les caigas mal ni tengan nada contra ti sino porque, hagas lo que hagas, eres una amenaza en la relación con su padre. A mí me costó mucho tiempo entender esto (de hecho, lo comprendí la semana pasada) y durante muchos meses me he sentido víctima de un desprecio que no tenía nada que ver conmigo. Si alguien me lo hubiera advertido a tiempo... ¡cuántos quebraderos de cabeza me habría ahorrado!

La segunda conclusión es que no des nada por hecho. Cuando llegué a esa casa, para mí era una ventaja el hecho de que la ex se hubiera ido con otro chico hacía tanto tiempo. Aun recuerdo que pensé: "Bien, lxs chavalxs ya tienen la experiencia de la otra casa. Esto debe ser pan comido". Nada más lejos de la realidad. Al contrario, no caí en la cuenta de lo evidente: su madre se fue con otra persona por lo que, desde un principio, la atención entre la nueva pareja y lxs hijxs estaba repartida. En cambio, el padre estuvo solo durante seis años por lo que tuvieron el 100% de la atención de su padre; y mi llegada sólo podía restar; independientemente de lo maja o no que fuera.

La tercera conclusión guarda relación con las otras dos primeras. Cuando asumas que de entrada lxs hijxs de tu pareja no te van a aceptar, tienes que invitar a tu pareja a que se mueva al respecto. Esta parte es fundamental y, en mi caso, me ha servido como motivo de ruptura al verme sin apoyo y completamente sola en esta lucha que no debería haber tenido lugar. Él, el padre de tus hijastrxs, es el eje que articula las relaciones en casa, independientemente de lo mona que seas con ellxs, porque él tiene la clave de introducirte en casa y de hacerte un hueco. No importa cuán grandes sean sus hijxs, nadie nace aprendido.

¿Qué tiene de malo recordarles que les quieres e invitarles a que conozcan a una nueva persona que también quieres? ¿Por qué esto ha de significar que te posicionas a favor de uno u otro bando? ¿Bandos? ¡No hay bandos! Se trata de explicar que a partir de ahora la atención se va a repartir, pero que eso no es sinónimo de que vayan a perder nada. Se trata de jugar con el tiempo para pasar tiempo con ellos, preguntarles por sus cosas, ocuparte de sus sentimientos... Que entre una nueva persona en casa no debería suponer un problema para la relación de la familia biológica, la cual debe aprender a reencontrarse a solas (sin la nueva pareja) y seguir compartiendo vida de forma íntima. Esto es perfectamente combinable con momentos exclusivos para la pareja y momentos para toda la familia con la nueva pareja.

Si tu pareja no te apoya en esto (y con apoyar no significa dar más peso a tu "bando"), la relación no tiene futuro. Tardará más o tardará menos en explotar, pero es algo que no puede funcionar porque ya no se están gestionando bien las emociones que genera algo tan importante como la llegada de una nueva persona a la familia. Y eso es algo que nadie más que él puede hacer, porque de tu boca no tiene sentido ni credibilidad.

Y hasta aquí las conclusiones que he extraído de mis fracasos en esta historia. Quizás a algunx de vosotrxs le pueda servir, quizás no. Quizás alguien ha pasado por una experiencia similar o diferente y le apetezca compartirlo. Vuestros comentarios serán más que bien recibidos :)