miércoles, 2 de julio de 2014

Desde el minuto CERO

Vivimos una realidad familiar principalmente marcada por el desapego afectivo, la ausencia de límites y el liderazgo invertido entre padres-hijos. La realidad social y económica, hay que reconocer, es completamente incompatible con la crianza de los hijos y la armonía familiar; de forma involuntaria esto nos lleva a dejar a la familia en un segundo plano, no pudiendo cubrir el tiempo que nos gustaría pasar con nuestros hijos, estando tan exhaustos al final de la jornada que nos sentimos incapaces de atender sus continuas demandas, delegando el apego afectivo a la televisión, el ordenador o algún sucedáneo que nos permita poder respirar en un mundo que cada vez ahoga más.

Con un gran sentimiento de culpa, los padres suplen estos aspectos con una educación laxa, permisiva, y basada en valores democráticos y de libertad distorsionados. Desaparecen las pautas, las normas, bajo el pretexto de que en casa todos somos buenrollistas y cada uno sabe, como por arte de magia, lo que tiene que hacer; y sino ya aprenderán. Sin darse cuenta, un buen día descubren que en casa mandan los pequeños (o los no tan pequeños) y que los padres son esclavos, ya no sólo de un sistema político corrompido y de un sistema económico decadente, sino de unos hijos déspotas cuyo eje fundamental en la vida son ellos mismos. Las alarmas hace tiempo se dispararon pero nadie supo qué hacer o sencillamente se ignoraron y ahora la cosa está en un punto realmente complicado y difícil de resolver... ¡pero no imposible!

Si a este caldo de cultivo le añadimos la variable de una separación que acució hace diez años, y la formación de una nueva pareja que viene a vivir con la familia biológica nos encontramos ante mi caso, uno de los mayores retos de mi vida al que me he tenido que enfrentar. Si esta también es tu situación y la opción de salir corriendo ya la has descartado, es fundamental que te equipes con una gran dosis de paciencia, porque la vas a necesitar. Eres la extranjera y la usurpadora, por tanto vas a estar sola en lo que yo llamo La Guerra Fría.

Y, llegados a este punto, ¿qué podemos hacer? En primer lugar, es fundamental tener claro hacia dónde queremos ir. Para que una familia funcione, especialmente cuando uno de los padres es "adoptado", hay tres aspectos fundamentales que deben contemplarse para cada uno de los miembros:

  1. Pertenencia: Todos los miembros deben procurar crear un espacio para que todos, incluido el nuevo miembro, se sientan parte de la familia. De primeras esto no sucede así, por tanto, desde el minuto 0 recomiendo pactar con tu pareja cómo vais a encarar este proceso de incorporación, negociar ambas partes las necesidades de cada uno y dejar claro qué aspectos son innegociables. En mi caso, por ejemplo, era fundamental introducir el elemento "orden" en la casa, pues cuando llegué todo estaba manga por hombro y allí nadie hacía nada, lo cual me suponía a mí un esfuerzo desproporcionado diario inasumible.
  2. Equilibrio entre dar y recibir: Bajo ningún concepto asumas tareas y responsabilidades que no te tocan, y menos pensando que lo van a reconocer, valorar y que algún día te van a echar una mano. ¡Expectativas fuera! Esto no sucede en la mayoría de casos. Desde un principio es importante pactar una contribución en la casa por parte de todos, cada uno en la medida de sus posibilidades. Y no hablo sólo de las tareas domésticas, sino de las responsabilidades para dirigir el barco también, la distribución de los espacios compartidos... ¡¡todo!! Todos los miembros deben aportar su granito de arena para hacer que la convivencia sea fluida, aprender a compartir y, sobretodo, ser muy flexibles y tolerantes con las necesidades ajenas. De esta forma, todos los miembros dan y también reciben.
  3. Cada uno debe saber cuál es su sitio: Con un caldo de cultivo como el que planteaba más arriba, es muy probable que los roles en tu nuevo hogar se hayan distorsionado, intercambiado, o... Sin embargo, si queremos que la familia se construya desde la felicidad es fundamental y clave que todos los miembros ocupen su lugar. Cuando yo llegué a casa, la habitación de matrimonio la ocupaba la hija mayor, que actualmente tiene 23 años; esto era muy simbólico ya que era la que mandaba en casa. El papel del padre estaba completamente anulado y la ausencia del papel de una madre dejaba al descubierto las relaciones de poder en la casa. Mi entrada no podía más que causar conflictos ya que no estaba dispuesta a dejarme mangonear por una chica que entraba en una adolescencia tardía. En este punto, no obstante, debes tener claro que el timón lo lleva fundamentalmente el padre de familia, el capitán del barco, por tanto, desde el minuto 0 te recomiendo que encares este aspecto con tu pareja. En primer lugar, debes hacerle comprender que este sistema educativo no funciona y sólo puede causar problemas; después debes hacerle comprender la importancia de su papel como padre y mediador de toda esta nueva situación y, por último, debes hacerle comprender las consecuencias nefastas de seguir por este camino. Lo mejor sería acompañaros de asesoramiento profesional con un proceso de terapia sistémica.
Llegados a este punto, es importante asumir que el cambio que se va a producir en casa va a hacer aflorar conflictos ya que las resistencias de cada uno estarán muy presentes, de ahí la importancia de la paciencia. Como ves, la comunicación también juega un papel fundamental para empezar a hacer las cosas bien desde el principio. En cualquier caso, no dudes en apoyarte en gente experta o de tu confianza para que proporcionen una perspectiva más objetiva del asunto. Indudablemente, cualquier ayuda o nueva visión ayuda enormemente a sobrellevar el desgaste que todo esto provoca.

lunes, 16 de junio de 2014

Lunes

Hay lunes que una se levanta con resaca de tristeza tras un fin de semana desolado. Afortunadamente, son muy pocos lunes.

Hace tiempo aprendí a disfrutar del día a día sin esperar a que llegara el fin de semana. Sin embargo, llega ese fin de semana en el que pasan cosas y te das cuenta de que tu vida... en fin, de que tu vida no es lo que esperabas. Suceden cosas aparentemente inocuas pero que señalan intensamente la flaqueza de una misma. Y ante esto pueden pasar dos cosas: 1) continúas tu vida como si nada, 2) haces frente como si te fuera la vida en ello (que de hecho es así).

Un día cualquiera de un fin de semana cualquiera descubres que no pintas nada en tu vida, que nada de lo que tienes o haces te satisface. ¿Se puede ser más pobre en esta vida? Los amigos se perdieron en algún momento que ya ni recuerdas, el trabajo es precario y no acaba de cubrir los sueños de cuando, mirando hacia atrás, te permitías soñar; y el ocio cada vez llena menos. Es uno de esos días que mires donde mires todo está apagado y gris. Y es en este momento que el pánico te agarra con fuerza, te vapulea y te paraliza.

Es uno de esos días extraños en los que no sabes expresar lo que sientes y sientes como si tu vida fuera una cárcel, con los barrotes firmes delante de tus narices, marcando una separación evidente entre el mundo y tú. Así me siento: incapaz de expresar con exactitud la opresión de estos momentos, preguntándome si de todas formas alguien le prestaría atención o volvería a ser una de esas cosas que explicas que no tiene sentido para nadie. Soledad y un vacío infinitos.

Y ese fin de semana se acaba, y llega el lunes, cuando todo ha pasado, y me despierto con una resaca de tristeza enorme. Me pregunto ¿qué se debe hacer en estos casos? La respuesta es sencilla y compleja a la vez: levantarse, y empezar de cero.

Me gustaría reír, como cuando tenía 19 años. Reír sin parar y sentir que la risa me doblega. Era feliz. Y sé que ahora no lo soy; es algo que no puedo negarme por más tiempo. Y despierto tal como me dormí: preguntándome qué cosas pueden devolverme la risa, qué cosas me apetece realmente hacer aunque no estén programadas en mi agenda. Y no se me ocurre nada. Desesperación.

Es en estos momentos cuando hecho más de menos a mi padre, que siempre tenía una sonrisa honesta en el rostro. Me gustaría poder hablar con él y contarle lo que siento, y que me hablara desde su experiencia más sentida y me diera alguna pista. Estoy perdida y no sé qué rumbo coger. Me doy cuenta de que voy con el automático puesto en la vida, cumpliendo obligación tras obligación incluso en mi tiempo libre. Una vida programada tras un calendario para ocupar el tiempo y no dejar espacio a pensar, no fuera que me diera cuenta de que hacía tiempo había regalado mi vida.

...

Ciertamente, hay lunes que una se levanta con resaca de tristeza tras un fin de semana desolado. Aunque bien mirado...

domingo, 30 de marzo de 2014

La malvada madastra


Desgraciadamente vivimos una cultura que potencia lo externo en detrimento de lo interno. Las personas nos acostumbramos a interpretar uno o varios roles en los sitios por los que nos movemos. Y, poco a poco, nuestro yo más íntimo (esencia) va quedando olvidado en lo más profundo de nuestro ser. Este "olvidarnos de nosotros mismos" nos lleva a un sufrimiento constante. Algunos lo sobrellevan a base de ignorarlo, disfrazando su vida de una alegría (que no felicidad) constantes mediante fiestas, estupefactos, alcohol, relaciones sexuales, juegos, juegos, juegos... Una vida gobernada por su niño interior. Otros somatizan el sufrimiento siendo visitantes crónicos de hospitales y médicos especialistas. Otros se encierran en sí mismos y huyen del mundo. Otros... otros... otros... Pero todos sufrimos el aislamiento, porque cada uno de nosotros ha tomado la firme decisión de abandonarse a sí mismo en un pozo profundo y oscuro, para hacer frente a las vicisitudes de la vida social y externa.  ¡Cuánto sufrimiento en el mundo!

Sin embargo, de la misma manera que uno interpreta su rol en un constante intento por sobrevivir a la realidad social, los demás te ven en base a uno o varios roles que ajustan también sus necesidades internas más perversas. Nadie tiene la voluntad de hacer daño, pero tampoco nadie tiene la voluntad de reconectarse consigo mismo y con el otro. Por tanto, todos somos parte responsable de mantener y alimentar ese sufrimiento, actuando bajo nuestro rol "protector" y viendo a los demás bajo un rol "impuesto". Me explico:

Después de cuatro años y medio he descubierto que, quizás, el rol más duro que me ha tocado vivir es el mismo que le da nombre al blog: la madrastra. Recuerdo cuando empezó esta historia que me negaba a aceptar ser la madrastra; la madrastra siempre es malvada. Ciertamente, la literatura está llena de ejemplos de este rol; los cuentos infantiles que contamos a los más pequeños transmiten unos significados que trascienden el panorama social de las interrelaciones. Y al final, todos nos creemos estos significados y todos nos movemos en base a estos significados. Es difícil salirse del marco cultural en el cual se ha desarrollado uno. Así, por mucho que queramos ser una madrastra diferente, cuesta romper las expectativas que uno mismo y los demás esperan de tu rol. Y eso, lo he podido comprobar en este tiempo.


En realidad, mires por donde lo mires y comportes como te comportes, las madrastras siempre sustituyen un hueco que ha dejado la madre "verdadera". No importa las circunstancias en las que la madre dejó ese hueco, ni el tiempo que transcurra, ni la edad de los hijos. En sus cabezas, de forma inconsciente, siempre pretendes ocupar un lugar que "no te corresponde". Las relaciones de poder juegan un papel fundamental en todo este proceso de "usurpación" del trono. Y es por esto que, indefectiblemente de mis intenciones, mis actitudes, mis comportamientos y mis explicaciones, al final jugué el papel de "la malvada madrastra". Porque las madrastras sólo pueden ser malvadas, nos dicta la construcción social.

Con esto no quiero decir que esta confrontación no puede tener un final feliz. Pero como en todas las cosas, para que el final sea feliz primero ha de haber una conciencia muy clara de todo lo que sucede. Y como todas las cosas en una familia, esa conciencia ha de compartirse con todos los participantes, especialmente en cuanto a la pareja se refiere ya que, a fin de cuentas, los hijos siguen el camino que la pareja de adultos abre y transita. Si no hay conciencia, la comunicación auténtica queda truncada. Y la felicidad no atiende a hipocresías, sino que va estrechamente ligada a lo genuino. Desde la comprensión y la compasión de todo lo que opera en este proceso es factible sanar el sufrimiento y, por tanto, alcanzar el bienestar familiar. Y esto es un trabajo de dos, porque si sólo trabaja uno, el "milagro" no es posible y la única opción viable entonces para romper la perversión de las relaciones es cerrar el capítulo.

Por esto mismo, mis queridas madrastras (seas hombre o mujer), prestad atención a lo que se cuece en vuestro entorno, palpad el sufrimiento que todo este proceso está generando. Sed comprensivos y compasivos y actuad desde vuestro yo más profundo y genuino. Y, por encima de todo, invitad a vuestro compañero o compañera a que os acompañe. Porque esta es la clave para liberarnos del rol de madrastras definitivamente y empezar a formar una familia auténticamente feliz.

lunes, 10 de marzo de 2014

Cuando una historia se acaba...


Con esta entrada inauguro un nuevo espacio donde compartir mis sensaciones para un rol que me me ha tocado vivir y del que he salido escaldada por diferentes motivos. Hoy al fin me he decidido a dar el paso para romper con una situación que sólo me causaba infelicidad y sensación de impotencia y frustración constantes. Pese a tener la certeza de que estoy en el camino correcto, es un día muy triste, porque siempre queda el espacio a la duda de si podría haber hecho algo más, esperado un poco más o... Y es esta misma tristeza la que me lleva a abrir este blog, para poder expresar aquello que tantas veces se me ha negado, para poder hablar contigo, lector, e intercambiar impresiones tanto si has pasado o conoces alguna historia parecida como si no, porque todas las visiones siempre son bien recibidas y de todxs se puede aprender algo.

El caso es que hoy me he quitado el delantal de madrastra, después de cuatro años y medio conviviendo con una familia de la que en ningún momento me sentí parte. Hace cuatro años y medio empecé una convivencia con mi pareja y sus dos hijos de 14 y 18 años que tenían entonces. El pequeño es un chaval que ahora tiene 18 años, al que llamaremos Z. La grande es toda una mujer de 23 años recién cumplidos, a la que llamaremos A. Mi pareja es un hombre de 49 años de edad al que llamaremos H. Hace diez años su madre abandonó el hogar para irse con su nueva pareja a la que había conocido hacía un año, un chico de Madrid que se trasladó a Barcelona para formar una nueva familia. Desde siempre han tenido una custodia compartida: una semana lxs chavalxs están en una casa, y otra semana en la otra casa, de forma alternativa.

***

Ya sé que no es bueno empezar la historia por el final, pero en este caso me vais a permitir que inicie el blog con las conclusiones que hoy, después de tantos meses, he sacado de mi experiencia:

La primera es que, independientemente de como seas y de como sean, lxs hijxs de tu pareja no te van a aceptar de primeras. No porque les caigas mal ni tengan nada contra ti sino porque, hagas lo que hagas, eres una amenaza en la relación con su padre. A mí me costó mucho tiempo entender esto (de hecho, lo comprendí la semana pasada) y durante muchos meses me he sentido víctima de un desprecio que no tenía nada que ver conmigo. Si alguien me lo hubiera advertido a tiempo... ¡cuántos quebraderos de cabeza me habría ahorrado!

La segunda conclusión es que no des nada por hecho. Cuando llegué a esa casa, para mí era una ventaja el hecho de que la ex se hubiera ido con otro chico hacía tanto tiempo. Aun recuerdo que pensé: "Bien, lxs chavalxs ya tienen la experiencia de la otra casa. Esto debe ser pan comido". Nada más lejos de la realidad. Al contrario, no caí en la cuenta de lo evidente: su madre se fue con otra persona por lo que, desde un principio, la atención entre la nueva pareja y lxs hijxs estaba repartida. En cambio, el padre estuvo solo durante seis años por lo que tuvieron el 100% de la atención de su padre; y mi llegada sólo podía restar; independientemente de lo maja o no que fuera.

La tercera conclusión guarda relación con las otras dos primeras. Cuando asumas que de entrada lxs hijxs de tu pareja no te van a aceptar, tienes que invitar a tu pareja a que se mueva al respecto. Esta parte es fundamental y, en mi caso, me ha servido como motivo de ruptura al verme sin apoyo y completamente sola en esta lucha que no debería haber tenido lugar. Él, el padre de tus hijastrxs, es el eje que articula las relaciones en casa, independientemente de lo mona que seas con ellxs, porque él tiene la clave de introducirte en casa y de hacerte un hueco. No importa cuán grandes sean sus hijxs, nadie nace aprendido.

¿Qué tiene de malo recordarles que les quieres e invitarles a que conozcan a una nueva persona que también quieres? ¿Por qué esto ha de significar que te posicionas a favor de uno u otro bando? ¿Bandos? ¡No hay bandos! Se trata de explicar que a partir de ahora la atención se va a repartir, pero que eso no es sinónimo de que vayan a perder nada. Se trata de jugar con el tiempo para pasar tiempo con ellos, preguntarles por sus cosas, ocuparte de sus sentimientos... Que entre una nueva persona en casa no debería suponer un problema para la relación de la familia biológica, la cual debe aprender a reencontrarse a solas (sin la nueva pareja) y seguir compartiendo vida de forma íntima. Esto es perfectamente combinable con momentos exclusivos para la pareja y momentos para toda la familia con la nueva pareja.

Si tu pareja no te apoya en esto (y con apoyar no significa dar más peso a tu "bando"), la relación no tiene futuro. Tardará más o tardará menos en explotar, pero es algo que no puede funcionar porque ya no se están gestionando bien las emociones que genera algo tan importante como la llegada de una nueva persona a la familia. Y eso es algo que nadie más que él puede hacer, porque de tu boca no tiene sentido ni credibilidad.

Y hasta aquí las conclusiones que he extraído de mis fracasos en esta historia. Quizás a algunx de vosotrxs le pueda servir, quizás no. Quizás alguien ha pasado por una experiencia similar o diferente y le apetezca compartirlo. Vuestros comentarios serán más que bien recibidos :)